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Y vio como daba otra calada. Cabizbajo e impotente sintió una extraña hermandad con el humo que salía de su boca. Inhalado, directo hacia los pulmones, recorría como una materia tóxica gratificante para ser expulsado parte de él, pero dejando su venenosa esencia dentro de ella, procurando que nunca terminara la dependencia. Vistiendo de clandestinidad los momentos sublimes, pero también adornando tardes tan desafortunadas como la que estaba viviendo.

Miró el reloj del bar anunciando su derrota en el campo de batalla improvisado entre aromas de café tostado, sorbos de algún licor y miradas de reojo por parte de algún camarero. Ni que decir que el gesto fue recibido como un acto de rendición inmediata. ¿Habría clemencia? El peso de la culpa alzó sus alas y comenzó a apoderarse de los gestos, las miradas al vacío y del silencio. Sabía perfectamente que ella esperaba una señal; la derrota inflingida era dura, pero a pesar de sentirse acorralado conocía la salida que le era ofrecida.

Una ráfaga de sensatez le hizo acordarse del motivo del encuentro en la cafetería. El motivo indudablemente había quedado en segundo plano. Sabía el sacrificio de ella. Salir una hora antes de la oficina en una época en que el trabajo la tenía esclava y más de una tarde alargaba la jornada con el simple beneficio de no encontrarse con la cara de desaprobación de su feje por la mañana. Sin embargo se desvaneció toda la ilusión, el peso lo maniataba y sabía que había roto algo. No algo tangible, ni algo irrecuperable. Más bien era como el envoltorio que guardaba el frasco de todos los reproches que hasta aquel momento no habían aparecido. El decálogo de situaciones anteriormente vividas y que no estaba dispuesta a volver a vivir nunca más. El terror a vivir de nuevo entre el lamento y la impaciencia, entre el no creo y el no puede ser.

La cogió de la mano, la miró a los ojos y le dijo que iba a dar un paseo, que luego se verían en casa.

Viene de

Algunas son aprehendidas una y otra vez aún sabiendo que sus audiciones superan el millar de veces. Y no exagero. Otras son recurrentes en función de la casualidad del instante. PISTACHITO del último disco de Kilo Veneno, ha interrumpido el orden de un disco de los más de sesenta grupo e intérpretes que llevo en el reproductor de mp3 en cuanto veo en cualquier parte unos bonitos ojos, y como la magdalena de Proust, se activa un resorte en mi memoria que me hace embelesarme una vez más en los dos faros que han iluminado mis desdichas para trasformarlas en una travesía por un mar insondable de emociones y vivencias placenteras.

Las canciones que son parte de un imaginario nada colectivo y muy personal, por mucho que algunas sean la banda sonora de millones de personas de sensibilidades muy diferentes. Y en concreto, a la canción que me refiero esta vez, Lucha de Gigantes de Antonio Vega, (decir que es de Nacha Pop es desmerecer al autor de la misma), aún bajo el riesgo que algún fan del grupo aporte alguna información desconocida por mí referida a la implicación del resto de los componentes de Nacha Pop, que revele la autoría compartida y deje esta aseveración en ridículo, es una canción para mí muy enigmática. He leído y hablado infinidad de veces sobre el texto de la misma, y la mayoría de veces todo la interpretamos en clave de aproximación a la droga, argumento fuertemente apoyado por el estilo de vida de Antonio Vega, pero me sigue ofreciendo un sin fin de lecturas.

La primera vez que la oí, hace unos diecisiete o dieciocho años, no paraba de escucharla una y otra vez, cuando estaba en pleno proceso de desintoxicación de un desamor. En el transcurso de los años esta interpretación la he ido abandonando pero nunca la he desestimado del todo. He recordado muchas veces al escucharla a la gente que perdí o a la que por diversas circunstancias de la vida he dejado de ver o hablar. Esta tarde la he vuelto a escuchar y me ha llevado a su finalización a coger el bolígrafo y el bloc de notas para escribir compulsivamente en el tren sobre las canciones que son nuestras, o nosotros formamos partes de ellas, del ideario del compositor aunque no nos vaya a conocer nunca.

Si queréis escucharla y leer su letra, os pongo este enlace de otro de mis blogs donde la colgué hace ya un cierto tiempo.

¿Por qué le tuviste que decir nada a él? Sólo quería mantener una conversación distendida, mostrar amabilidad y buena educación. Te planteó dos o tres preguntas sobre cuestiones banales. Música, política y literatura. Sí, ya lo sé. Para ti la primera y la tercera no son banales y la segunda ha llegado a un nivel de desprestigio que consideras en eliminarla como afición residual o de veinte minutos por semana como tú dices. No te engañes. La gente tiene demasiados problemas para que tú vayas explicando los tuyos como quien habla del calor que hace hoy o de las lluvias torrenciales de la semana pasada. Debes aplicarte ese cuento, no eres el epicentro del mundo. Sí del tuyo, pero no eres ningún agujero negro que arrastra con su letal gravedad todo planeta, estrella u objeto cósmico que se precie. Tienes encanto, una conversación fácil. Eres irónico, gracioso y resultón. Sabes provocar una risa cuando quieres, y dejar una duda razonable para hacer que no te olviden fácilmente. Pero no sabes diferenciar entre quien quiere sólo un momento de evasión como es una charla distendida y sin ningún compromiso, a que la persona que está delante de ti pueda convertirse en tu confesor. Sinceramente, creí que ese papel lo representaba yo. Y por muy egoísta que suene, lo quiero sólo para mí. O piensas que te voy a aguantar durante tanto tiempo y no saber cual es mi parcela propia y la compartida. De eso nada. A partir de ahora cuando pestañees ya puedes explicarme el cantar de los cantares o el libreto entero de la Cabalgata de las Valkirias, que no voy a estar contenta hasta ver brillar tus ojos de nuevo.

Apenas pudo levantar la cabeza y sostener la mirada durante unos pocos segundos. La reprimenda era severa. Cierto es su carácter coaccionador, pero estaba en todo su derecho. Reclamar un hueco de complicidad único, una frontera infranqueable entre ellos dos. La frontera inexpugnable donde no había más visados. Le imponía una ley marcial entre él y ella. Las leyes se discutirían con el paso del tiempo, pero los derechos y deberes fundamentales debían quedar tatuados en la memoria para no tener malos entendidos. Las formas básicas de relación en pareja nunca fueron su fuerte. Todos los intentos resultaron inútiles por mucho que pusiera. Su falta de compromiso consigo mismo era el primer obstáculo y hasta el momento infranqueable. Pero delante tenía un animal herido, muy peligroso y con ganas de morir matando defendiendo a su manada.

Hace ya mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Ese día no se me olvidará nunca por mucho tiempo que pase y mi memoria desfallezca. Las cosas por aquí van muy bien, aun así podrían ir mejor. En todo este tiempo he intentado seguir ciertas pautas pero tú bien supiste que mi obstinación es implacable, y por mucho que me digan cuando se me mete una idea en la cabeza, difícilmente nada ni nadie puede hacer que cambie de opinión. He cometido muchos errores pero también algún que otro acierto. Las he visto de todos los colores, y hasta llegué a desembarcar en aguas que nunca se han de pisar. Pero he tenido suerte. En momentos críticos, cuando piensas que peor no lo puedes hacer, el curso de los acontecimientos me ha brindado oportunidades que hasta el momento parecían sueños o cotas inalcanzables.

Como en la canción de Piazzola, he vuelto al sur. Es cierto que antes no lo había pisado, pero por una extraña conexión que viene de ti he vuelto al lugar que me pertenece. No exactamente a tu añorado sur, ese rinconcito que siempre explicabas con melancolía. Está cerca del tuyo y ese es mi sur. Lugar donde siempre soy recibido con los brazos abiertos y una pequeña patria que abarca todo mi corazón e impacientemente cuenta los días de mi siguiente arribada.

Paseando por mi sur me he acordado de ti muchas veces. He imaginado verte caminando por esas calles estrechas, en tardes de otoño cuando el sol se apresura a decirnos adiós antes de lo deseado. Sentarnos en alguna plaza y explicarte lo hermoso que es el mundo cuando sabes que tu presencia es el complemento perfecto a una maravillosa vivencia. Sortear los minutos con miradas de complicidad y saber que no habría mejor alegría para ti el saber que en inmejorable recaudo ha caído quien tú tanto cuidaste y que siempre le quedará el triste recuerdo de no haber podido darte todo lo que merecías.

Sé perfectamente que en donde estés podrás imaginar todo esto que te estoy diciendo, aunque sé que nunca lo leerás y no la conocerás nunca. Tampoco dudo que te hubiese encantado conocerla. Mi convencimiento viene dado por una simple premisa, si alguien te hace ver que por mucho que te quieran nunca es demasiado, sabes donde está tu lugar. Ese es mi sur, el que te hubiese enamorado como lo ha hecho conmigo.